Nunca me cayeron bien los que ningunean a su propio país y se babean con otros (generalmente Estados Unidos o Europa) a los que consideran infinitamente superiores. Incluso, llegué al punto de convertirme, paradójicamente, en un crítico a la sociedad argentina por su propia costumbre de criticar en demasía. Sin embargo, existe otra costumbre que me enerva casi tanto como esa y de la cual he sido (y suelo ser) víctima: la de ver absolutamente todo en blanco o negro.
Ayer, cuando me enteré de la muerte de Spinetta, pensé en la dicotomía que lo separó, durante mucho tiempo, con Charly, otro de los padres del rock nacional. De la misma manera, en los 80/90, las dos bandas argentinas más importantes, Soda y Los Redondos, se vieron inmersas en una rivalidad generada por el público.
En el ámbito del fútbol, otra de las grandes pasiones argentinas, no hay que pensar demasiado para encontrar la gran dicotomía entre "bilardismo" y "menotismo". Dos formas diferentes de entender este juego que se convirtieron, durante algún tiempo, en los bandos de una guerra mediática que impedía a los unos disfrutar las victorias de los otros.
Por último, y tal vez más importante, está el mundo de la política. Allí, las grandes rivalidades están a la orden del día y se viven, en ocasiones, hasta con violencia. No obstante, permítanme enunciar una excepción a mi propia opinión: el exceso de grises puede convertir a la política en una herramienta inútil para generar los cambios necesarios y puede producir una sensación de que todo es lo mismo. En ese caso, un poco de blanco y negro no viene mal, aunque si se convierte en nocivo cuando no se permite otro color.
En fin, ya sea para diferenciarse de otro para generar una identidad propia, por necesidad de descargar tensiones mediante discusiones eternas o por simple amor a las rivalidades insalvables, el ver la realidad en extremos es una costumbre de esas que provoca el regodeo de los que viven mirando hacia el norte. Y pocas cosas me molestan más que darle excusas a esa gente.
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