23/2/12

La nueva pelea

¿Es aceptable, para un aspirante a periodista, cambiar en cuatro meses su forma de pensar y comenzar a tener ciertas dudas? ¿Soy, acaso, el único decepcionado con lo que estamos viendo estos últimos meses? ¿Espero demasiado?

Hace cuatro meses, cuando Cristina Fernández fue reelegida, escribí una nota elogiándola y diciendo, entre otras cosas, que era una buena mina. La verdad es que yo veía algo diferente en ella, diferente a los demás políticos. Algo que me hacía pensar que no todo lo que hacía era por pragmatismo político y ambición de poder, sino que había en ella ideas y sentimientos más profundos. Algo de eso que tenía Eva.

Hoy por hoy mi percepción cambió bastante. Tal vez no tanto de la figura de Cristina en sí (aunque un poco sí), sino, y sobre todo, de su gestión. No veo, por ejemplo, la profundización que me gustaría ver y que no me parece tan descabellada con un 54% encima. No veo, más allá de la confusa pelea con Moyano, un intento serio de renovación de un aparato que cuenta en sus filas con demasiados tipos impresentables. No veo voluntad de generar soluciones para ciertos problemas que la gente, ya sea influenciada por los medios o no, reclama urgentemente (llámese regulación a la minería, cambios en la policía para combatir la inseguridad, más presupuesto y regulación en el tema trenes para evitar accidentes como el de ayer, etc.). No veo, en definitiva, que las cosas vayan para adelante.

Me quedan entonces tres opciones. La primera es hacerme el boludo y seguir defendiendo lo indefendible, pero para eso necesito un nivel de disciplinamiento y voluntad militante que no tengo. La segunda, peor aún, es convertirme en un opositor, lo cual implicaría olvidarme de todas aquellas cosas que valoro de este gobierno y de lo mucho que ha cambiado el país desde el 2003. Me quedaré con la tercera, entonces, que no es más que la crítica constructiva. Esa, que con el código binario de pensamiento que se ha apoderado de todo este último tiempo ha quedado pisoteada y a merced de los carroñeros que la usan para beneficio propio.

En conclusión, todavía apoyo al gobierno por que valoro lo que hizo y no veo nada mejor en el arco político. Sin embargo, algo ha cambiado en mi forma de pensar y estoy dispuesto a pelear, desde mi humilde posición de ciudadano, en la nueva pelea que es al interior del kirchnerismo. Y en ella, desde hace cuatro meses estoy perdiendo.

9/2/12

Blanco o negro

Nunca me cayeron bien los que ningunean a su propio país y se babean con otros (generalmente Estados Unidos o Europa) a los que consideran infinitamente superiores. Incluso, llegué al punto de convertirme, paradójicamente, en un crítico a la sociedad argentina por su propia costumbre de criticar en demasía. Sin embargo, existe otra costumbre que me enerva casi tanto como esa y de la cual he sido (y suelo ser) víctima: la de ver absolutamente todo en blanco o negro.

Ayer, cuando me enteré de la muerte de Spinetta, pensé en la dicotomía que lo separó, durante mucho tiempo, con Charly, otro de los padres del rock nacional. De la misma manera, en los 80/90, las dos bandas argentinas más importantes, Soda y Los Redondos, se vieron inmersas en una rivalidad generada por el público.

En el ámbito del fútbol, otra de las grandes pasiones argentinas, no hay que pensar demasiado para encontrar la gran dicotomía entre "bilardismo" y "menotismo". Dos formas diferentes de entender este juego que se convirtieron, durante algún tiempo, en los bandos de una guerra mediática que impedía a los unos disfrutar las victorias de los otros.

Por último, y tal vez más importante, está el mundo de la política. Allí, las grandes rivalidades están a la orden del día y se viven, en ocasiones, hasta con violencia. No obstante, permítanme enunciar una excepción a mi propia opinión: el exceso de grises puede convertir a la política en una herramienta inútil para generar los cambios necesarios y puede producir una sensación de que todo es lo mismo. En ese caso, un poco de blanco y negro no viene mal, aunque si se convierte en nocivo cuando no se permite otro color.

En fin, ya sea para diferenciarse de otro para generar una identidad propia, por necesidad de descargar tensiones mediante discusiones eternas o por simple amor a las rivalidades insalvables, el ver la realidad en extremos es una costumbre de esas que provoca el regodeo de los que viven mirando hacia el norte. Y pocas cosas me molestan más que darle excusas a esa gente.

1/2/12

Buenos Aires

Para los porteños, Buenos Aires es como ese primer amor al que siempre se vuelve o, por lo menos, se recuerda con nostalgia. La verdad es que podemos putearla cuando nos metemos en un embotellamiento, cuando no podemos caminar sin chocarnos, o incluso cuando se convierte en un refugio de la xenofobia y la grasa consumista. Sin embargo, siempre que volvamos a ella, sea cual fuere el tiempo que estuvimos lejos, va a ser como si nunca nos hubiéramos ido. Por que es, en definitiva, nuestro lugar en el mundo.