¿Cuántas veces escuchamos esta frase? ¿Cuántas veces fue usada para criticar al gobierno por su política de derechos humanos? ¿Cuántas veces salió de boca de los gurúes de la lucha contra la inseguridad?
La verdad es que es un argumento ingenioso. Dicen que el gobierno se ocupa de "los derechos humanos de los setenta" pero no de los actuales, ya que no detiene la inseguridad. Más allá de si el gobierno hace algo o no por combatir la inseguridad -debate que quedará para otro momento-, el argumento es de un nivel de análisis sumamente superficial o, y me inclino por esta última, mal intencionado.
La última dictadura no fue nefasta solamente por sus crímenes. Fue, además, la represión necesaria para la instalación de un sistema económico, político, social y cultural neoliberal que se profundizó en los noventa durante el menemismo. Un sistema que arrasó con la producción nacional, con el estado de bienestar construido por el primer peronismo y con la economía del país. Un sistema que arrasó también con los valores culturales existentes en el país y generó un clima de "sálvese quien pueda" y de pisar cabezas que se mantiene en la actualidad y se encuentra en el debe del kirchnerismo.
Por eso, para entender la problemática de la inseguridad hay que entender también que éste, al igual que casi todos los países atacados por el neoliberalismo, es un país sumergido, de a ratos más de a ratos menos, en la miseria. La miseria económica y social de tener una cantidad enorme de gente marginada, y la miseria cultural de que tanto "los de abajo" como "los del medio" sientan que el mayor enemigo es ese con el que conviven y que tienen a mano para descargar en él sus frustraciones. Ni unos ni otros se dan cuenta, entonces, que ambos son víctimas del que está arriba. Ese que se esconde en un barrio privado o en otro país, y que a veces ni siquiera tiene cara.
En conclusión, la inseguridad no es más que uno de los síntomas de una enfermedad que se fue gestando durante 25 años y que explotó hace 10. Una enfermedad que se metió en nuestro organismo a través del fuego y la sangre de aquella dictadura que empezó hace exactamente 36 años. Una enfermedad que, le pese o no a los reconocidos luchadores por "los derechos humanos de ahora", no se puede curar en el presente sin enterrar con justicia y memoria aquel escalofriante momento del contagio.
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