¿Cuántas veces escuchamos esta frase? ¿Cuántas veces fue usada para criticar al gobierno por su política de derechos humanos? ¿Cuántas veces salió de boca de los gurúes de la lucha contra la inseguridad?
La verdad es que es un argumento ingenioso. Dicen que el gobierno se ocupa de "los derechos humanos de los setenta" pero no de los actuales, ya que no detiene la inseguridad. Más allá de si el gobierno hace algo o no por combatir la inseguridad -debate que quedará para otro momento-, el argumento es de un nivel de análisis sumamente superficial o, y me inclino por esta última, mal intencionado.
La última dictadura no fue nefasta solamente por sus crímenes. Fue, además, la represión necesaria para la instalación de un sistema económico, político, social y cultural neoliberal que se profundizó en los noventa durante el menemismo. Un sistema que arrasó con la producción nacional, con el estado de bienestar construido por el primer peronismo y con la economía del país. Un sistema que arrasó también con los valores culturales existentes en el país y generó un clima de "sálvese quien pueda" y de pisar cabezas que se mantiene en la actualidad y se encuentra en el debe del kirchnerismo.
Por eso, para entender la problemática de la inseguridad hay que entender también que éste, al igual que casi todos los países atacados por el neoliberalismo, es un país sumergido, de a ratos más de a ratos menos, en la miseria. La miseria económica y social de tener una cantidad enorme de gente marginada, y la miseria cultural de que tanto "los de abajo" como "los del medio" sientan que el mayor enemigo es ese con el que conviven y que tienen a mano para descargar en él sus frustraciones. Ni unos ni otros se dan cuenta, entonces, que ambos son víctimas del que está arriba. Ese que se esconde en un barrio privado o en otro país, y que a veces ni siquiera tiene cara.
En conclusión, la inseguridad no es más que uno de los síntomas de una enfermedad que se fue gestando durante 25 años y que explotó hace 10. Una enfermedad que se metió en nuestro organismo a través del fuego y la sangre de aquella dictadura que empezó hace exactamente 36 años. Una enfermedad que, le pese o no a los reconocidos luchadores por "los derechos humanos de ahora", no se puede curar en el presente sin enterrar con justicia y memoria aquel escalofriante momento del contagio.
25/3/12
18/3/12
El far west
El hecho de violencia ocurrido hace unos días en lo del conductor "Baby" Etchecopar dejó en el aire una duda de la que pocos se hicieron eco y que la justicia ni se dignó a disipar: ¿Por qué, si los disparos efectuados por las víctimas del asalto fueron en legítima defensa, el delincuente muerto tenía en su cuerpo nada menos que 8 balazos? ¿Acaso necesitaron Etchecopar y su hijo dispararle ocho veces para reducirlo? ¿o fue, como personalmente y por pura intuición me animo a adivinar, una verdadera ejecución?
Los antecedentes de "Baby" no lo ayudan. Se lo ha escuchado decir en vivo y en directo "si entran a mi casa los mato", en clara premeditación de una reacción que supuestamente se da bajo el efecto de una situación traumática y violenta. Debido a esto, y a demás posicionamientos que el conductor ha mostrado abiertamente sobre la temática de la inseguridad, no es difícil imaginar que algunos de esos tiros que recibió el ladrón muerto hayan sido efectuados luego de que éste hubiera perdido el conocimiento, y con la clara intención de matarlo. En todo caso, esa investigación le correspondería a la justicia que a pocas horas de ocurrido el hecho lo dio por cerrado con la figura de la legítima defensa privilegiada y que no parece haber puesto mucho énfasis en aclarar la polémica de los ocho balazos.
Esto último se desprende de una temática mucho mayor: la absolución de gran parte de la sociedad, fomentada por el frenesí vengativo de los medios de comunicación dominantes, hacia aquellos que matan a un delincuente. Pareciera que la justicia debería en esos casos taparse los ojos y permitir cualquier hecho de violencia en contra de los "malvivientes" que realizan este tipo de asaltos. Pareciera, al fin y al cabo, que la justicia debería permitir que el país se convierta en un "far west" donde las víctimas de la inseguridad puedan hacer justicia por mano propia y, ¿por qué no?, prevención por mano propia hacia cualquiera que parezca sospechoso.
No pretendo con esta reflexión justificar a quienes realizan actos de delincuencia; ese es un debate mucho mayor que ameritaría otra nota entera. Y mucho menos pretendo justificar a la justicia y a las fuerzas de seguridad que tiran más leña al fuego con su cuestionable desempeño y que le dan a los referentes de esta cultura de la venganza las excusas perfectas para construir sus argumentos. Lo que pretendo, al fin y al cabo, es que nos saquemos las caretas de una vez por todas y definamos como queremos actuar frente al delito. Que definamos de una vez por todas si queremos apegarnos a la ley y bancarnos aquellas situaciones injustas en las que una víctima termina pagando más culpas que el victimario, siempre deseando que la justicia mejore y podamos, de a poco, ir confiando más en ella. O si queremos, en definitiva, que nos permitan "defendernos" como querramos y que esto se convierta en ni más ni menos que una guerra civil.
Lamentablemente, no hay un punto medio en el que descansar, salvo, claro, que uno sea "Baby" Etchecopar y tenga un conglomerado de medios defendiendo nuestra forma de actuar, posiblemente hasta con mentiras en la reconstrucción de los hechos. En ese caso, podemos ejecutar de ocho balazos a un delincuente sin condena alguna.
Los antecedentes de "Baby" no lo ayudan. Se lo ha escuchado decir en vivo y en directo "si entran a mi casa los mato", en clara premeditación de una reacción que supuestamente se da bajo el efecto de una situación traumática y violenta. Debido a esto, y a demás posicionamientos que el conductor ha mostrado abiertamente sobre la temática de la inseguridad, no es difícil imaginar que algunos de esos tiros que recibió el ladrón muerto hayan sido efectuados luego de que éste hubiera perdido el conocimiento, y con la clara intención de matarlo. En todo caso, esa investigación le correspondería a la justicia que a pocas horas de ocurrido el hecho lo dio por cerrado con la figura de la legítima defensa privilegiada y que no parece haber puesto mucho énfasis en aclarar la polémica de los ocho balazos.
Esto último se desprende de una temática mucho mayor: la absolución de gran parte de la sociedad, fomentada por el frenesí vengativo de los medios de comunicación dominantes, hacia aquellos que matan a un delincuente. Pareciera que la justicia debería en esos casos taparse los ojos y permitir cualquier hecho de violencia en contra de los "malvivientes" que realizan este tipo de asaltos. Pareciera, al fin y al cabo, que la justicia debería permitir que el país se convierta en un "far west" donde las víctimas de la inseguridad puedan hacer justicia por mano propia y, ¿por qué no?, prevención por mano propia hacia cualquiera que parezca sospechoso.
No pretendo con esta reflexión justificar a quienes realizan actos de delincuencia; ese es un debate mucho mayor que ameritaría otra nota entera. Y mucho menos pretendo justificar a la justicia y a las fuerzas de seguridad que tiran más leña al fuego con su cuestionable desempeño y que le dan a los referentes de esta cultura de la venganza las excusas perfectas para construir sus argumentos. Lo que pretendo, al fin y al cabo, es que nos saquemos las caretas de una vez por todas y definamos como queremos actuar frente al delito. Que definamos de una vez por todas si queremos apegarnos a la ley y bancarnos aquellas situaciones injustas en las que una víctima termina pagando más culpas que el victimario, siempre deseando que la justicia mejore y podamos, de a poco, ir confiando más en ella. O si queremos, en definitiva, que nos permitan "defendernos" como querramos y que esto se convierta en ni más ni menos que una guerra civil.
Lamentablemente, no hay un punto medio en el que descansar, salvo, claro, que uno sea "Baby" Etchecopar y tenga un conglomerado de medios defendiendo nuestra forma de actuar, posiblemente hasta con mentiras en la reconstrucción de los hechos. En ese caso, podemos ejecutar de ocho balazos a un delincuente sin condena alguna.
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