Que Lanata es amante y practicante del periodismo espectáculo -y a veces hasta payasesco- no es nada nuevo. Su estilo siempre fue el mismo y fue, en gran medida, el pilar de su éxito. La necesidad de destacarse fue una constante en su trabajo y no me extraña que hoy intente ser el número uno de la oposición al gobierno kirchnerista. Él siempre necesitó ser el número uno, aunque no siempre tenga muy claro en qué.
La ideología, por lo tanto, no es un tema aparte ni va por un camino diferente. Cuando Lanata hablaba de la dictadura y entrevistaba a sus víctimas pocas personas lo hacían. Cuando Lanata fundaba diarios con miradas novedosas y críticas pocas personas lo hacían. Cuando Lanata criticaba implacablemente al menemismo pocas personas lo hacían. Siempre su ideología fue lo que pocos -al menos en el mundo de los medios- decían. Siempre estuvo ligada a su condición de eterno rebelde irreverente que era capaz de ponerse a leer el diario en vivo y en directo, o de hacer teatro de revista habiendo sido toda la vida periodista político.
A diferencia de lo que piensan muchos, yo creo que hoy Lanata no es muy distinto a aquel que fue. Hoy, si bien no sobresale por decir algo distinto, sí lo hace por decirlo de manera distinta y sigue buscando ser el número uno. Todas sus armas de payaso rebeldón y carismático, que antes supieron estar al servicio del pensamiento de izquierda, hoy están al servicio del pensamiento corporativo de un multimedio al que él, hace pocos años, criticaba ferozmente. Sin embargo, me cuesta creer que ese cambio ideológico se haya tratado simplemente de una venta al mejor postor de sus convicciones. Me cuesta creer que una valija llena de plata sea la única motivación que tuvo para cambiar su visión política. Yo creo que Lanata se dio cuenta de que, como él mismo dijo, el bando de Clarín era el más debil. No el más débil económica ni mediáticamente, pero sí el más débil en cuanto a calidad y a talento periodístico -cosas que innegablemente le sobran-. Por eso, creo yo, decidió ponerse del lado del más débil. No porque sea empático o de buen corazón, sino porque allí, en el peor equipo, es más fácil ser el número uno.