Cada 2 de abril, viendo los actos y los discursos habituales, me hago las mismas preguntas: ¿Qué clase de hito es la guerra de Malvinas? Más allá del reconocimiento a los caídos y a los ex combatientes ¿Es una fecha patria? ¿Vale la pena conmemorarla con banderas e himnos cantados a los gritos?
En mi opinión, los argentinos tenemos el eje corrido a la hora de recordar aquel conflicto. Inflamos el pecho, nos ponemos la escarapela y puteamos a los ingleses como si aquella hubiera sido una guerra del pueblo argentino contra el inglés por un reclamo justo como la soberanía de las islas. Sin embargo, creo que eso fue lo último que pasó.
Hay diferentes teorías que pueden explicar aquella intentona imposible e irracional. La primera es, precisamente, la de una aventura individual del por todos sabido borracho de Galtieri, que por ambiciones personales podría haberse embarcado en una acción que podría haberlo inmortalizado. La segunda, con mucha más firmeza y coherencia, es la de un manotazo de ahogado de una dictadura totalmente desgastada por los crímenes cometidos. La tercera es una teoría netamente personal pero que no me suena tan descabellada: puede que haya habido una motivación especial, respaldada por una promesa de apoyo, por parte de Estados Unidos a la junta de gobierno argentina para que entre en esa guerra que terminó sosteniendo en el poder a Margaret Thatcher, quien estaba ejecutando en Gran Bretaña las recetas neoliberales que el poder económico tanto reclamaba en todo el mundo. De esa manera, la dictadura de nuestro país le hacía un favor más que importante a su mecena Estados Unidos.
Cualquier sea la explicación, lo que hay que tener en claro es que la guerra de Malvinas poco tuvo que ver con las Islas Malvinas y mucho menos con el pueblo argentino -no importa cuantas plazas se hayan llenado- que no había votado al gobierno que la llevó a cabo, y que, por el contrario, estaba siendo aterrorizado por éste. Por ende, es necesario que se deje de recordar este día con patrioterismo y nacionalismo absurdo y que empecemos a entender que lo que hoy se recuerda no fue más que otro de los crímenes de aquella dictadura nefasta.
Por último, quiero dejar en claro que la reivindicación de aquella vergonzosa guerra usando como excusa la valentía de los chicos que combatieron en ella no hace más que confundirnos y descolocarnos a la hora de condenarla. La palabra héroe, por ejemplo, no se aplica a la situación con exactitud, y genera un río revuelto donde los pescadores del sentimiento probélico y fascista hacen su ganancia. Dicen que son héroes porque pelearon por nuestra patria cuando en realidad pelearon por los intereses de un borracho, de una dictadura asesina o del poder económico mundial. Por eso, la palabra que mejor se ajusta a estos chicos es víctimas. Víctimas que fueron obligados a ser héroes para proteger su vida y la de sus compañeros.